Y seguimos aquí, tratando de existir. Florecemos
diariamente con el trivial anhelo de hacer un mejor día, desconociendo el
resultado final del mismo… ¿Para qué, entonces, la lucha perpetua e incesante?
¿Qué motiva nuestra jornada y cuál es su galardón al final?
Tú, día, que nos envileces con desgracias,
tristezas y miserias ¿deseas que luchemos por cambiarte? Parece más fuerte tu
voluntad a la nuestra, tan fuerte que nos desmoraliza la idea de que mañana
serás igual. Basta ver que el que hace mal triunfa satisfactoriamente: una
clara invitación a vivir en el lucro deshumano desmedido.
Entonces, mi día querido ¿nos ceñimos a la
precariedad humana? ¿Tornamos nuestros ojos a un vil destino desalmado donde
sólo la corruptibilidad del alma hará próspera nuestra estadía terrenal? ¿Tenemos
algún otro sendero? El juicio lógico indicaría un no. Pero ¡ah, qué dicha, mi
querida y excelentísima virtud humana, que tienes las suficientes agallas para exaltar
en cada momento precario la fortunísima bondad de cada cosa! Las tragedias no
te hunden, te sensibilizan, te humanizan y te hacen actuar. La desesperanza no
te corroe; la desigualdad te hace equitativo; el infortunio del otro enciende
tu cálida solidaridad. Bendita humanidad que corre por tu sangre: te hace misericordioso,
te hace compasivo, te hace persona.
Un eterno y de los mejor de los consuelos con el que nos podemos llenar de orgullo.
ResponderEliminar